27 de junio de 2009

Tres volcanes y tres contratiempos

Cuando era adolescente y vivía en Guatemala subí al Volcán de Agua. Ahí, un fantasma se me apareció de madrugada. Ascendía el Volcán de Fuego, e hizo erupción; bajé corriendo y llegué con los pantalones destrozados. En la cima del Pacaya, me golpeó en la cara y en el pecho una lluvia horizontal de piedra pómez.

En la fotografía, el Volcán de Fuego en Guatemala.

16 de junio de 2009

La Castañeda

Conocí La Castañeda, en Mixcoác. No sé porque razón mis maestros de primaria del Colegio Madrid consideraban formativo que niños de 10 a 12 años visitáramos aquel impresionante lugar de locura y encierro. En ese manicomio eran aislados: maniaco depresivos, epilépticos, autistas, enfermos con síndrome de Down, dementes seniles, alcohólicos y sifilíticos en etapa avanzada. El hoy casi olvidado edificio construido por el gobierno de Porfirio Díaz para albergar todos los horrores de la psiquiatría de la época fue derruido en 1968 y asentado en su sitio un populoso espacio habitacional.

Aún recuerdo con terror aquel crudo y doloroso paseo infantil.

12 de junio de 2009

Mi infancia

Pasé mi infancia a saltos entre México y Guatemala. A ratos, criado en libertad casi salvaje por mi madre, mujer romántica y aventurera, y a ratos, educado y sobreprotegido por unos abuelos responsables y cariñosos, pero aburridos y convencionales. Fui un niño introvertido, un poco tristón y solitario, aunque nunca llegué a sentir —claro está— como mis mayores, la ansiedad del destierro. Sin embargo, mi niñez estuvo marcada por los prolongados alejamientos de mi madre y mi hermano, la proximidad mimosa y condescendiente de mi tío, los aspavientos dramáticos de mi abuela y —ahora me doy cuenta— la profunda melancolía de mi abuelo por su vida en Barcelona. Crecí con ellos, y con mis maestros de escuela, la mayoría, tristes exiliados de la guerra civil española.

En la fotografía: mi madre, mi hermano Ramiro, y yo, Guatemala, 1954.

11 de junio de 2009

4 de junio de 2009