30 de mayo de 2009

Mi soledad



Los textos que aquí aparecen no son sólo memoria. Son, además, una forma de razonar mi pasado. La edad me ha hecho reflexionar por escrito; los años empiezan a pesar y los aligero escribiendo estas cosas que son pura soledad. Soledad que es libertad, y que he elegido para meterme a fondo en mis dispersas introspecciones más o menos narcisistas. Me gusta estar sólo, mejor dicho, conmigo mismo.

26 de mayo de 2009

La calle

En el fondo, nadie nos enseña nada. Y digo esto, quizá, por que soy autodidacta y porque creo en la importancia de aprender de uno mismo. En cuanto a los padres, en general, pienso que no saben educar, pues protegen demasiado a sus hijos. Yo aprendí más en el trabajo, de mis jefes, y de algunos desconocidos. Pero, sobre todo, aprendí de la vida; de joven me fascinaba la calle aunque ahora la deteste. Ahí, me llené de aventuras y de experiencia. Aprendí mucho más vagabundeando que en todas las escuelas por las que pasé.

En la fotografía, la 6ª Avenida en la zona centro de la Ciudad de Guatemala. Principios de los 60.

19 de mayo de 2009

Trabajo y militancia

Nunca fui buen estudiante. Por eso, y por una apremiante necesidad, tuve que empezar a trabajar en la adolescencia. Mi primer empleo importante fue de obrero y aprendiz en una conocida imprenta y editorial de la Ciudad de México, donde inicié mi verdadera formación profesional. Ahí aprendí de Neus Espresate, “Pepe” Azorín y Vicente Rojo mucho más que el oficio de las artes gráficas.

En ese tiempo me enganché también a la política. Igual que muchos otros jóvenes, después del 68, me volví activista revolucionario de tiempo completo y viví casi una década en absoluta entrega como un militante clandestino. Fue una época agitada y comunista que me llevó, entre otras cosas, a estudiar Economía sin aptitud ni vocación alguna. Abandoné la carrera a la mitad.

Cuando la lucha terminó, empecé a pintar y seguí mi camino. Hice lo que me tocó hacer en aquél momento. Hoy recuerdo esos días con bastante extrañeza y lejanía, sin mayor nostalgia, ni idealización. Simplemente, creo que no tuve elección. Cuando las cosas hay que hacerlas, se hacen, y ya. Fueron años de riesgo y sacrificio. De mucho trabajo, de intensidad y romanticismo. Todavía no sé si todo aquello sirvió de algo. Poco a poco, muchas de las convicciones que creía más firmes, empezaron a tambalearse, y algunas, definitivamente, se derrumbaron para siempre. De lo que estoy seguro, es de que fui leal con las razones de aquel tiempo, y de que el trabajo y la militancia me aproximaron verdaderamente a la gente. Sobre todo a mi madre, que fue la más radical de las personas que he conocido, y con quien siempre tuve una espinosa relación, pero que al final se volvió muy estrecha; un poco tardía, quizá, pero muy buena.

8 de mayo de 2009

La "canallera"

No sé porque le llamaban “canallera” al lugar donde nos llevaban castigados en el colegio. El sitio era una galería de cristal que vestibulaba el “Castillo” del viejo Colegio Madrid, en Mixcoác. Siempre me extrañó el término, sobre todo porque sus maestros eran muy castizos, o sea, muy preocupados por preservar la pureza del castellano. El caso —y es a lo que voy— es que si por canalla entendemos una persona ruin o vil, me parece desproporcionado que se llamara así a aquel espacio de aislamiento y corrección infantil.

Con el tiempo he llegado a pensar que el vocablo quizá provenga del catalán. La canalla es un término cariñoso que en catalán se refiere a un grupo de niños; la canalla catalana, semánticamente no tiene nada que ver con el canalla castellano. Verlo así, la verdad, me tranquiliza mucho.

En fin, como haya sido, lo cierto es que aquél sitio era el punto de reunión al que invariablemente íbamos a parar los mismos canallas de siempre.