27 de diciembre de 2009

Recordar



Recordar es celebrar, pero también una obligación moral para poder contar a quienes han llegado después lo que uno ha vivido y ha aprendido.

9 de diciembre de 2009

Tere y Ana María Pecanins

Existen en nuestra vida personas que marcan nuestro destino, personas que hemos querido mucho y que —aunque las hayamos perdido— forman parte para siempre de nosotros.

7 de diciembre de 2009

El recordar



El recordar —que en su sentido etimológico significa volver a pasar por el corazón— no sólo sirve para entendernos a nosotros mismos, sino también, para comprender a los demás.

27 de noviembre de 2009

A veces

A veces, para comprenderme, necesito hablar con los objetos y sus recuerdos. Es un emocionante viaje dentro de mí, lleno de misterio y aventura.

10 de noviembre de 2009

Memoria y olvido



Escarbar en la memoria puede hacer la vida más llevadera. Es una estrategia de supervivencia. Otras veces, sobrevivir depende de todo lo contrario, de la capacidad de olvidar. Ambas acciones son casi siempre inconscientes. La memoria recupera muchas veces sólo aquella parte del pasado que nos conviene, y esconde —sabiamente— la que no nos acomoda.

9 de noviembre de 2009

Viernes de Dolores



Un viernes de Dolores, durante un acto de represión estudiantil, tuve que refugiarme varias horas en mi escuela, el Instituto Nacional Central para Varones de Guatemala. Aquella tarde, entre gritos y nubes de gas lacrimógeno —impotente y temeroso—, vi como ardía mi pupitre sobre una barricada en llamas; el mueble destacaba entre todo lo quemado por su desproporcionado tamaño y su chillante color verde limón… Pero eso, es otra historia.

1 de noviembre de 2009

Presentimiento

El único presentimiento que he tenido en la vida se cumplió una tarde que sonó el timbre de casa. Sobresaltado y seguro de quien era, le abrí la puerta a mi abuelo que hacía tiempo no veía. Semanas antes —sin comentarlo con nadie— ya presentía su llegada. Venía para convencer a mi madre de que me dejara volver a México. Aquella noche, mi abuelo y yo, dormimos abrazados en un triste cuarto de hotel en Guatemala. Fue la última vez que le vi. Un año después —esta vez sin presentirlo— abrí la misma puerta para recibir un telegrama que anunciaba su muerte.

18 de octubre de 2009

Me acuerdo...



El pintor norteamericano Joe Brainard encontró una fórmula maravillosa para escarbar en la memoria. Con frases sencillas y espontáneas escribió un libro titulado Me acuerdo, que rompe con la idea convencional de unas memorias. Sin un orden cronológico ni temático, Brainard expresó pensamientos que comienzan siempre por Me acuerdo… y terminan con algún recuerdo personal. Esta idea ha tenido muchos seguidores en el mundo, entre ellos Georges Perec, que define los Me acuerdo… como “pequeños pedazos de cotidianidad que fueron vividos, compartidos y luego olvidados. Sin embargo, de repente regresan (…) Son algo totalmente banal, que por un milagro es arrancado a su insignificancia y reencontrado por un instante, provocando segundos de una impalpable y pequeña nostalgia". Me lanzo, pues, a imitar el modelo, y a compartir aquí —de vez en cuando— mis propios Me acuerdo…

Me acuerdo de cocinar una paella.

Me acuerdo de darle de comer a unas gaviotas en pleno vuelo. Fue una mañana, en California.

Me acuerdo de mudarme muchas veces.

Me acuerdo de galopar a caballo por una verde pradera, y de saltar unos gruesos troncos.


Me acuerdo de haber colgado un balón por toda la escuadra.

Me acuerdo que el 11.27.93 era el número de teléfono de mis abuelos.

Me acuerdo de jugar a no tocar el piso y recorrer colgado de paredes y balcones una larga calle.

Me acuerdo de romper una piñata en una fiesta.

Me acuerdo de una enorme ola que me arrastró por la arena de la playa La Condesa, en Acapulco.

Me acuerdo de querer vivir en otra parte.

Me acuerdo de una niña rubia en Guatemala.

Me acuerdo de pensar en ser famoso.

Me acuerdo de unos pantalones viejos de cuero, y de una chamarra blanca con insignias.

Me acuerdo de caminar por una cornisa a cuatro pisos de altura.

Me acuerdo de tirarnos piedras con mi hermano.

Me acuerdo que una noche pase un frío terrible en la cueva de una montaña.

Me acuerdo de ponerme un uniforme.

Me acuerdo de perseguir un sueño, y de un fuerte dolor de piernas, y de muelas.

Me acuerdo de bailar en una plaza con mi nuera.

Me acuerdo de querer tener cosas que ahora tengo.

Me acuerdo de tocar un enorme tambor en un desfile.

Me acuerdo de un gran laurel de la India.

Me acuerdo de mi madre con gabardina y un sombrero de fieltro Stetson.

Me acuerdo de un flan con nata que comí en Castelldefels, en “Los Dos caballeros”, y que me hizo llorar de emoción.

Me acuerdo de una golpiza en la que casi me matan.

Me acuerdo del olor del perfume de mi abuela.

Me acuerdo toreando a mi perra “Cachi”.

Me acuerdo de haber soñado volar a ras del suelo.

Me acuerdo de una aterrorizante granizada cerca de Verona.

Me acuerdo de querer acordarme.

Me acuerdo mucho de Julian, de su sonrisa.

Me acuerdo de ir a comprar pan en bicicleta.

Me acuerdo de haber visto a Jim Hines rompiendo el record de los 100 metros planos en la Olimpiada de México 68.

Me acuerdo de un frío y caudaloso río en “Las estácas”.

Me acuerdo de haber escrito una canción.

Me acuerdo de caerme de un tranvía.

12 de octubre de 2009

Fotos y objetos

El interés que algunas cosas despiertan en nosotros es quizá porque nos ayudan a reconstruir una especie de memoria abstracta, erosionada por el tiempo. Ciertos objetos, como las fotografías, le dan forma a nuestro pasado, a nuestra memoria.

En la fotografía, mis hijos Julian y Andoni, Ciudad de México, otoño de 1979.

6 de octubre de 2009

Cosas que son memoria



La memoria no es solamente un conjunto de recuerdos, es también reflexión, fantasía, punto de vista, esperanza, miedo, intuición, confidencia, estado de ánimo, incertidumbre, emoción…

22 de septiembre de 2009

La memoria de las cosas

Muchas cosas pasan por nosotros en la vida; una interminable retahíla de objetos nos muestra el paso del tiempo. Los objetos ayudan a preservar la memoria, son poderosos contenedores de recuerdos.

13 de septiembre de 2009

Las clases de dibujo



Mi profesor de dibujo tenía por costumbre quedarse dormido en plena clase mientras copiábamos perezosamente unos absurdos objetos que él colocaba sobre una mesa. Sin embargo, recuerdo que entrábamos en un estado colectivo de sosiego, contemplación y felicidad.

7 de septiembre de 2009

Golpe de Estado



Conservo muchas imágenes ligadas a la violencia política latinoamericana, por ejemplo, la de un ataque aéreo al cuartel de policía en Guatemala —hoy sé que fue durante el golpe de Estado de Castillo Armas. Yo presenciaba atónito el operativo militar desde la azotea de mi casa, cuando, como exhalación, apareció mi madre desnuda, que salía despavorida del baño, envolviéndose en lo que creo era una toalla... La recuerdo, como si fuera ahora mismo, convertida en un espíritu salvador y angelical que me protegió entre sus brazos. Me acuerdo, también, que corrió cargando conmigo y que permanecimos por un largo rato tirados en un frío piso, debajo de un pesado colchón gris.

28 de agosto de 2009

La Limonada

Cuando era adolescente vagué por los barrios de la ciudad de Guatemala; recorrí sus barrancos y suburbios más tristes, llenos de basura, zopilotes y lacerante pobreza.

21 de agosto de 2009

Explosión



Hace muchos años fui testigo de un atentado guerrillero a una refinería. La impresionante explosión de un depósito de gasolina nos hizo correr despavoridos —a mi madre, a mi hermano, a mi padrastro y a mí— bajo una enorme bola de fuego que, por fortuna, se desvaneció en el aire antes de caernos encima.

13 de agosto de 2009

Lorito patriótico



Cuando tenía 13 o 14 años pasé por una larga pero provechosa convalecencia de la hepatitis. Fueron meses de reposo forzado, dieta rigurosa, mucha lectura, y de aprender a jugar ajedrez. Vivía en el Chalet Suizo, una conocida pensión en el centro de la capital guatemalteca. Sus dueños, la robusta familia Reig, hacía el más exquisito strudel de manzana que he probado en mi vida. Recuerdo que al final de un largo pasillo, había un soleado patio siempre lleno de sábanas colgando. Ahí, vivía un simpático y patriótico lorito que entonaba —de corrido y completita— la primera estrofa del himno nacional de Guatemala.

29 de julio de 2009

Desde la ventana

Tanto me cuidaban mis abuelos que no me dejaban salir a la calle. Yo miraba jugar a otros niños desde la ventana.

23 de julio de 2009

El paso del tiempo es inevitable, y triste cualquier intento por recuperar el pasado. No he dejado de extrañarte un solo día.

En la fotografía: un regalo especial, una rama de arbol fosilizada.

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

Jorge Luis Borges

11 de julio de 2009

Bananos

En el muelle de Puerto Barrios, Guatemala, recogía con mi amigo Chang unas enormes pencas de banano. La fruta, aún verde, era demasiado madura para ser transportada en barco, y la compañía United Fruit no tenía más remedio que regalarla o tirarla al mar. Chang era un simpático chinito que trabajaba en la panadería de su padre haciendo exquisitos pasteles de plátano. Nunca me dejó verle cocinar porque decía que yo tenía una mirada tan fuerte que cortaba la masa. En ese tiempo vivíamos en unas barracas junto a la torre de control de un destartalado aeropuerto. En su pista, donde nunca vi aterrizar un solo avión, yo andaba en bicicleta y perseguía lagartijas y culebras para reventarlas a pedradas.

5 de julio de 2009

La memoria



La memoria es algo intangible, un esbozo sombrío y a veces cercano de lo que fuimos. Un salto atrás que jamás termina, que ni siquiera puede contarse bien. Porque la verdad es indescifrable, y las cosas sólo se cuentan como las pensamos, no como fueron en realidad.

27 de junio de 2009

Tres volcanes y tres contratiempos

Cuando era adolescente y vivía en Guatemala subí al Volcán de Agua. Ahí, un fantasma se me apareció de madrugada. Ascendía el Volcán de Fuego, e hizo erupción; bajé corriendo y llegué con los pantalones destrozados. En la cima del Pacaya, me golpeó en la cara y en el pecho una lluvia horizontal de piedra pómez.

En la fotografía, el Volcán de Fuego en Guatemala.

16 de junio de 2009

La Castañeda

Conocí La Castañeda, en Mixcoác. No sé porque razón mis maestros de primaria del Colegio Madrid consideraban formativo que niños de 10 a 12 años visitáramos aquel impresionante lugar de locura y encierro. En ese manicomio eran aislados: maniaco depresivos, epilépticos, autistas, enfermos con síndrome de Down, dementes seniles, alcohólicos y sifilíticos en etapa avanzada. El hoy casi olvidado edificio construido por el gobierno de Porfirio Díaz para albergar todos los horrores de la psiquiatría de la época fue derruido en 1968 y asentado en su sitio un populoso espacio habitacional.

Aún recuerdo con terror aquel crudo y doloroso paseo infantil.

12 de junio de 2009

Mi infancia

Pasé mi infancia a saltos entre México y Guatemala. A ratos, criado en libertad casi salvaje por mi madre, mujer romántica y aventurera, y a ratos, educado y sobreprotegido por unos abuelos responsables y cariñosos, pero aburridos y convencionales. Fui un niño introvertido, un poco tristón y solitario, aunque nunca llegué a sentir —claro está— como mis mayores, la ansiedad del destierro. Sin embargo, mi niñez estuvo marcada por los prolongados alejamientos de mi madre y mi hermano, la proximidad mimosa y condescendiente de mi tío, los aspavientos dramáticos de mi abuela y —ahora me doy cuenta— la profunda melancolía de mi abuelo por su vida en Barcelona. Crecí con ellos, y con mis maestros de escuela, la mayoría, tristes exiliados de la guerra civil española.

En la fotografía: mi madre, mi hermano Ramiro, y yo, Guatemala, 1954.

11 de junio de 2009

4 de junio de 2009

30 de mayo de 2009

Mi soledad



Los textos que aquí aparecen no son sólo memoria. Son, además, una forma de razonar mi pasado. La edad me ha hecho reflexionar por escrito; los años empiezan a pesar y los aligero escribiendo estas cosas que son pura soledad. Soledad que es libertad, y que he elegido para meterme a fondo en mis dispersas introspecciones más o menos narcisistas. Me gusta estar sólo, mejor dicho, conmigo mismo.

26 de mayo de 2009

La calle

En el fondo, nadie nos enseña nada. Y digo esto, quizá, por que soy autodidacta y porque creo en la importancia de aprender de uno mismo. En cuanto a los padres, en general, pienso que no saben educar, pues protegen demasiado a sus hijos. Yo aprendí más en el trabajo, de mis jefes, y de algunos desconocidos. Pero, sobre todo, aprendí de la vida; de joven me fascinaba la calle aunque ahora la deteste. Ahí, me llené de aventuras y de experiencia. Aprendí mucho más vagabundeando que en todas las escuelas por las que pasé.

En la fotografía, la 6ª Avenida en la zona centro de la Ciudad de Guatemala. Principios de los 60.

19 de mayo de 2009

Trabajo y militancia

Nunca fui buen estudiante. Por eso, y por una apremiante necesidad, tuve que empezar a trabajar en la adolescencia. Mi primer empleo importante fue de obrero y aprendiz en una conocida imprenta y editorial de la Ciudad de México, donde inicié mi verdadera formación profesional. Ahí aprendí de Neus Espresate, “Pepe” Azorín y Vicente Rojo mucho más que el oficio de las artes gráficas.

En ese tiempo me enganché también a la política. Igual que muchos otros jóvenes, después del 68, me volví activista revolucionario de tiempo completo y viví casi una década en absoluta entrega como un militante clandestino. Fue una época agitada y comunista que me llevó, entre otras cosas, a estudiar Economía sin aptitud ni vocación alguna. Abandoné la carrera a la mitad.

Cuando la lucha terminó, empecé a pintar y seguí mi camino. Hice lo que me tocó hacer en aquél momento. Hoy recuerdo esos días con bastante extrañeza y lejanía, sin mayor nostalgia, ni idealización. Simplemente, creo que no tuve elección. Cuando las cosas hay que hacerlas, se hacen, y ya. Fueron años de riesgo y sacrificio. De mucho trabajo, de intensidad y romanticismo. Todavía no sé si todo aquello sirvió de algo. Poco a poco, muchas de las convicciones que creía más firmes, empezaron a tambalearse, y algunas, definitivamente, se derrumbaron para siempre. De lo que estoy seguro, es de que fui leal con las razones de aquel tiempo, y de que el trabajo y la militancia me aproximaron verdaderamente a la gente. Sobre todo a mi madre, que fue la más radical de las personas que he conocido, y con quien siempre tuve una espinosa relación, pero que al final se volvió muy estrecha; un poco tardía, quizá, pero muy buena.

8 de mayo de 2009

La "canallera"

No sé porque le llamaban “canallera” al lugar donde nos llevaban castigados en el colegio. El sitio era una galería de cristal que vestibulaba el “Castillo” del viejo Colegio Madrid, en Mixcoác. Siempre me extrañó el término, sobre todo porque sus maestros eran muy castizos, o sea, muy preocupados por preservar la pureza del castellano. El caso —y es a lo que voy— es que si por canalla entendemos una persona ruin o vil, me parece desproporcionado que se llamara así a aquel espacio de aislamiento y corrección infantil.

Con el tiempo he llegado a pensar que el vocablo quizá provenga del catalán. La canalla es un término cariñoso que en catalán se refiere a un grupo de niños; la canalla catalana, semánticamente no tiene nada que ver con el canalla castellano. Verlo así, la verdad, me tranquiliza mucho.

En fin, como haya sido, lo cierto es que aquél sitio era el punto de reunión al que invariablemente íbamos a parar los mismos canallas de siempre.

29 de abril de 2009

Livingston

Mis primeros recuerdos infantiles se remontan a vaporosas imágenes y sensaciones, terrestres y acuáticas, en Livingston, Guatemala. Pueblo de pescadores mestizos, africanos y americanos, en la bahía de Amatique. Lugar de exhuberancia tropical, donde imperaba la vida salvaje, y que se mezcla en mi memoria con la figura de un padrastro cruel y autoritario. Conservo de ese tiempo, el recuerdo de mis primeras aproximaciones a la libertad y el inicio de mi afición de siempre por el café con leche y el pan dulce.

Aquel paisaje caribeño aparece aún en mis sueños y en mi pintura. Vivíamos en una rústica choza de madera sostenida por cuatro pilotes sobre el mar. Desde una ventana, miraba —según tocara la marea— un piso de agua o de tierra y una extraordinaria diversidad de bichos: cangrejos, peces, sapos, víboras, insectos (sobre todo unas enormes cucarachas) y ratones. Frente a la puerta de entrada, se extendía un resbaladizo muelle de tablones con una casucha en la punta, donde dentro colgaba como columpio una gastada letrina. Ahí sentado, disfruté observando como los peces devoraban mis despojos que caían directamente al mar. Al lado de la casa, jugaba a las escondidillas y a escalar por la estructura de un enorme y laberíntico buque en construcción, que bien parecía un esqueleto descuartizado de dinosaurio. En Livingston crecí a la buena de Dios, pero no desamparado. Recuerdo que éramos muy pobres, pero no de la misma manera que los habitantes del lugar, pues siempre tuvimos la invaluable oportunidad de poder emigrar.

En la fotografía, Nuria Boldó, mi madre. Livingston, Guatemala alrededor de de 1954.

22 de abril de 2009

Aire fresco

De vez en cuando me gustaría despertar al sereno, abrigado sólo por la naturaleza. Quisiera amanecer en el campo y revivir la aventura de cocinarme un par de huevos en la hoguera. A veces necesito pisar la realidad y observar en silencio el paisaje, las plantas, los animales. A veces, me hace falta un lugar donde se pueda estar en paz y respirar aire fresco.

16 de abril de 2009

Lo que son las cosas

La verdad que tengo pocas, por no decir que ninguna preocupación metafísica. Sin embargo, y a pesar de dudar de la existencia de Dios, y confiar relativamente poco en la ciencia, sí creo en la suerte y en los presentimientos, o quizá mejor dicho, en la intuición. Tengo, además, cada vez más en claro la certeza de que la vida es bastante absurda e inesperada, y de que todo es, en cierta forma, un mero e inexplicable accidente.

12 de abril de 2009

El cariño de mi madre

Mi madre no era precisamente una madre cariñosa. Sin embargo creo que no me afectó demasiado, más bien fue al contrario. Había en ella algo muy bueno, algo que me dio mucha seguridad y mucha libertad, lo contrario de mis abuelos, que fueron bondadosos y protectores, pero poco me dejaban aprender por mí mismo.

Aprecio la libertad por encima de todo, como algo que nadie tiene derecho a quitarte, y que solamente puede construirse a partir de uno mismo. Sólo siendo libres es posible orientar nuestro destino, y me parece muy mala una relación materna que impida cortar el cordón umbilical.

Mi madre me enseño a ser responsable a la vez que me dejaba vagar todo el día por la calle y volver a casa muy tarde. Nunca me preguntaba nada. Era una mujer maravillosa, rebelde y valiente. Era muy libre, y además, libertaria. También era extraordinariamente generosa. Jamás sentía compasión por nadie, menos por ella misma. (Generosidad y compasión son dos cosas diferentes; la generosidad es buena, la compasión siempre conlleva un sentimiento indigno, de lástima). La mayoría de las mujeres son compasivas y posesivas, y una buena madre —como la mía— no es fácil de encontrar. Agradezco mucho su forma de ser, aunque creo también que por aquella actitud —sumada a su exagerado romanticismo— estuvimos alejados muchas veces. Mi madre era idealista, y yo como ella, también lo fui. Hoy pienso que no es tan bueno serlo, por lo menos de aquella manera, con aquel activismo tan radical. El tiempo nos enseña que nos equivocamos, y lo absurdo de vivir enfrentado con los demás, sobre todo con los más próximos.

En la fotografía, mi madre Nuria Boldó, Barcelona, alrededor de 1930.

1 de abril de 2009

"El rei de la yaya"

Mi abuela vivía atenta a todo lo que pasaba a su alrededor. Me vigilaba sin que me diera cuenta y era excesivamente severa con sus regaños. Todo en ella era exagerado, su ternura y sus enojos. También era muy coqueta, y muy graciosa. Casi siempre estaba de buen humor, pero cuidado y te tocara su temperamento explosivo. Estando de buenas me llamaba "el rei de la yaya", pero si le salía el mal genio, invariablemente, acababa gritándome.

—¿Saps el que et dic?
¿Saps el que et dic? —me repetía— Que et vagis a fer punyetes.

En la fotografía, mi abuela Rosario Belda Alandí, "Charito", Barcelona, alrededor de 1915.

13 de marzo de 2009

Memoria irrecuperable


Llegué a México muy pequeño, aún sin cumplir un año. Vine con mi madre, mi tío y mis abuelos maternos. Desembarcamos en Veracruz como desplazados tardíos de la Guerra Civil española. Desde entonces, el exilio y la orfandad han estado siempre presentes en mi vida; la falta de un padre y de una patria en sentido estricto, así como el temprano alejamiento de mi madre que se marchó a Guatemala dejándome al cuidado de mis abuelos, marcaron, sin duda, mi carácter. Crecí tratando de recuperar algo perdido, algo que todavía me impide ligarme plenamente a un lugar y que aún me produce sensaciones de aislamiento e inseguridad. Como muchos, percibo la patria como el sitio donde descansan nuestros muertos, y por ello, alguna vez temí vagar eternamente entre sombras extrañas. Me alivia de esa angustia, una vital, incrédula e irreverente actitud existencialista adoptada en mis años de formación, y, ahora, por la inexorable y triste razón de que ya son varias las pérdidas familiares que suma mi vida en esta tierra mexicana.

Cualquier exiliado “con memoria” anhela volver a lo que dejo. Yo no puedo sentir eso, es imposible añorar una realidad que no conocí. Como otros hijos de refugiados, mi memoria es irrecuperable. Provengo de una generación que me heredó una nostalgia radical que se refleja en mis actitudes y pensamientos, como por ejemplo, en el convencimiento de la imposibilidad de trascendencia (sin raíces claras, no puede esperarse un futuro claro), idea dura de aceptar para cualquier artista. Sin embargo, yo asumo sin ningún problema mi condición de desarraigo, pues poco, o mejor dicho, nada me importa la posteridad. Veo mi pasado con simpatía y acepto felizmente que nunca estaré integrado a ninguna comunidad, y que todo esfuerzo que haga por lograrlo sería ilusorio. Siempre me ha sido imposible adaptarme a ambientes y pautas culturales invariablemente ajenas.

En la fotografía, mi tío Daniel, mi madre Nuria conmigo en brazos, y mis abuelos, Joan y Rosario. Primavera de 1950.

7 de marzo de 2009

¿Chupóptero o esnórquel?

Daniel Boldó es el único tío que tuve. Fue el hermano menor de mi madre, y mi padrino protector. Era bueno y cariñoso. Entre otras cosas, me enseño a atarme los cordones de los zapatos, a ir en bicicleta, a entender el fútbol, a jugar ping-pong y boliche, y a bucear con aletas y “chupóptero” —no sé porqué le llamaba así al esnórquel. (Chupóptero es alguien que vive de los demás, y esnórquel, un tubo para respirar debajo del agua.)

Cuando cumplí 15 años, el meu padrinet me enseñó —por si fuera poco— a manejar en su automóvil nuevo, un clásico Renault 8 Gordini modelo 64.

24 de febrero de 2009

Enseñanzas

Mi abuelo me enseño algunas labores artesanales hoy casi olvidadas. Con él, aprendí a usar el ábaco, a reconocer algunas tipografías, y a corregir páginas y galeras usando los signos convencionales. Entre muchas otras cosas, también me enseñó a colorear reproducciones de antiguas xilografías, como ésta de San Jordi, y que él mismo imprimía con gran cariño para regalar a sus amigos.

16 de febrero de 2009

Mientras yo esté, tú deberías de estar, y mucho tiempo después.

Nada nos deja tan agotados y con la sensación de que nada tiene sentido, como seguir de pie cuando los que más amamos se van.

6 de febrero de 2009

Las dos carreteras a Cuernavaca



Cuando yo era niño, mi padre me llevaba los fines de semana a Cuernavaca, y siempre hacía el mismo comentario cuando pasábamos por el lugar donde se juntan la vieja carretera con la nueva.

—Si en lugar de ir por este camino —decía pensativo—, hubiéramos ido por el otro, seguramente, ahora mismo, nos podríamos ver, y hasta nos saludaríamos.

Hace poco visité a mis nietas, que desde que murió su padre —mi hijo mayor— viven en Cuernavaca. El caso es que en el viaje de regreso, volví a pasar por el mismo lugar donde mi padre repetía invariablemente su ocurrencia. Detuve el automóvil a la orilla de la carretera y lloré por mi hijo y por todos mis muertos como nunca antes lo había hecho. Yo no creo en otra vida, sin embargo, desde que paré en aquel sitio vivo con una pequeña esperanza en el corazón, de que tarde o temprano volveré a encontrar a los que tanto amé, aunque sea por un momento, y aunque sea, solamente, para tener que decirles adiós otra vez.

2 de febrero de 2009

Dolores Alandí de Belda

"...visité el asilo de ancianos del Sanatorio Español, donde vivió sus últimos días mi bisabuela, una viejita enferma y lunática que sólo vi una vez, pero que nunca he olvidado."

Pequeñas Memorias, publicado en Blog de Jordi Boldó

La tradición oral familiar cuenta que recién llegada a México, exiliada de la Guerra Civil Española y enferma de demencia senil, se pasaba el día asomada a una ventana de su departamento en la colonia Roma. Sólo, de vez en cuando, dejaba de ver a la calle para decirle en valenciano y sin malicia alguna a la indígena oaxaqueña que la cuidaba

—Mira Benita, quina chen més llecha, —mira, quina chen més animal.*

*—Mira Benita, que gente más fea, —mira, que gente más animal.

29 de enero de 2009

Retrato de familia

Un retrato de familia es mucho más que un mundo de parecidos y secretos por descubrir.

La Familia Boldó i Climent. De izquierda a derecha: mi bisabuela, Amparo Climent, Amparo, Joan (mi abuelo), Ramón, Clemente y José Boldó, mi bisabuelo. Morella, Castellón de la Plana, Valencia, alrededor de 1917.

26 de enero de 2009

Identidad

Mexicano por naturalización, y por desnaturalización (otoño de 1950)

El sentimiento de identidad depende de la pertenencia a un lugar, de la posibilidad de establecer lazos con otras personas. Cosa difícil en un mundo de desplazados, de apátridas, de refugiados y de migrantes sin papeles.

25 de enero de 2009

La pluma de mi abuelo

Poco antes de morir, mi abuelo me regaló su pluma estilográfica. La guardo sobre mi mesa de trabajo, repleta, por cierto, de fetiches y demás objetos en desuso. Está dentro de un tarro, entre lápices y pinceles. Como no la uso, se le seca siempre el depósito de tinta y la plumilla.

Igual que en otras ocasiones, y después de posponerlo varias veces, me animé a desarmarla para sumergir sus piezas en una solución de agua y vinagre. Esperé una semana a que ablandara la tinta, y ayer, por fin, terminé con un trapo de algodón y papel absorbente la tarea de limpieza. Volví a armarla y la cargué con tinta azul marino, el mismo color que le gustaba usar a mi abuelo.

Al principio, supuse que estaría inservible y que habría perdido cualquier posibilidad de funcionar. Aunque pensé, que quizá no, y que si volvía a servir, comenzaría a escribir con ella habitualmente, no sólo para que cumpliera su función, sino —y sobre todo— para conservar más viva la memoria de mi abuelo. Creo que el destino de las plumas es escribir, como el de los abuelos contar historias. Y creo, también, que ningún duelo logra resolverse del todo, y que por eso necesitamos inventar historias y rituales.

El caso es que la pluma sirvió, y entonces, sucedió algo insólito. Cuando empecé a escribir con ella, noté que no era mi mano la que veía, sino la de mi abuelo, que —como yo— era diestro. Atónito, presencié la aparición y me quedé observando aquélla mano hasta que terminó de escribir, sin detenerse, esta historia que ahora lees.

Era mi abuelo, sin duda. La misma piel, las mismas manchas; jamás olvidaría sus manos.

19 de enero de 2009

Boda

Una fotografía atrapa de alguna forma lo perdido. Siempre hay un cierto interés enfermizo, implícito en lo estático, en el tiempo detenido.

En la foto —entre unos desconocidos— aparecen mis abuelos, Joan y "Charito", las hermanas de mi abuela, Josefina, Amparo (la novia), el tio "Pepe" (el novio), y mi tía "Chata" al lado de mi madre, que es la más pequeña.

13 de enero de 2009

Disculpen la indiscreción



Disculpen la indiscreción, pero el único hermano que tengo siempre me cuenta mentiras. Esto no quiere decir que sea un mentiroso. Él sólo construye complejas e ingeniosas historias a partir de la verdad, la que, invariablemente, logra envolver con un sofisticado toque de alucinación. Practica este difícil arte con elocuencia, y, desde niño, lo hace eficazmente, por simple bondad, como artilugio para conservar y recuperar ilusiones perdidas, las propias, pero sobre todo, las ajenas. Tiene, además, un especial talento para llevar la explicación de su intimidad a planos insospechados.

Cualquier relación entre hermanos está llena de actos tiernos y violentos, de ambigüedades, contradicciones, pero más que nada, de incomprensión.

10 de enero de 2009

Noms i coses

Los muertos viven en las cosas y en las palabras que nos dejan.

Noms i coses que són, encara, on jo no hi sóc
[Nombres y cosas que son, aún, donde yo no estoy]
Nuria Boldó, ensamble-arte objeto, 42 x 82 cms. s/f.