20 de diciembre de 2010

Deseo



Quisiera encontrar una sola palabra que me hiciera recordarlo todo.

2 de diciembre de 2010

Cuando no puedo dormir



Desde siempre, cuando no puedo dormir en las noches, cuento los sonidos que llegan a mi oído

[sirenas de ambulancia y policía, ladridos, serenatas, la fricción de los neumáticos sobre el pavimento, silbatos, zumbidos de mosco, motores, conversaciones fugaces, golpes de recolectores de basura, cantos y gritos, vientos, truenos, lluvia, pasos que se acercan o se alejan, pájaros en la madrugada, pitidos y traqueteo de trenes, borrachos, maullidos, desagües, crujidos de madera, grillos, hojas que arrastran por el piso, mi respiración…]

5 de noviembre de 2010

El lugar donde vivo



Vivo en un lugar como hay muchos otros en el mundo. Es una ciudad que ha crecido demasiado los últimos años pero que aún conserva la esencia provinciana. Su sociedad, conservadora y tradicionalista, está colmada de personajes de primitiva ambigüedad moral, tan prejuiciosos, como hoscos y desconfiados, por lo que ser diferente aquí, puede llegar a pagarse muy caro. Sin embargo, es un sitio donde te puedes concentrar en fecundo aislamiento, seguramente, porque no tienes demasiadas distracciones, y sí, muchas probabilidades de fracasar.

Nunca aspiré a una residencia ostentosa y valoro mucho la vida de barrio. Por eso, escogí una casa a orillas del casco antiguo, un refugio que he ido modificando poco a poco, según mi gusto y necesidades. Estoy rodeado de cúpulas, campanarios, plazas, jardines y estrechas calles adoquinadas, así como de viejas casonas de conservadas fachadas, engañosamente limpias, que esconden detrás de si una vida menos ordenada y feliz de lo que aparentan. Es un buen sitio para vivir —no tuve que viajar demasiado para darme cuenta, lo supe desde que llegué hace más de veinte años. Es bello, cómodo y sin ningún tipo de inclemencias, ni climáticas, políticas, económicas o sociales, ni siquiera culturales.

Querétaro es una ciudad aburrida, de una rutina imposible de evadir, “la capital del bostezo” la llama mi hermano. Hay algo exasperante en el ambiente, y creo que es el peligro de acostumbrarse a no hacer nada, a caer en el hastío, a consumirse en la monotonía. Si no te cuidas, te contagias, te pudres y acabas, indolentemente, aceptándolo todo. Lo más razonable para sobrevivir en este lugar y plantarle cara a la incertidumbre, es mantenerse activo, ocupado. Y eso es lo que procuro hacer.

Me establecí sabiendo el riesgo que corría. Mi madre —que me preparó desde niño para la aventura— me lo advirtió. Y a pesar de que el aburrimiento siempre ha sido el monstruo que más he temido, decidí quedarme, quizá por un urgente anhelo de sedentarismo y sensatez. Me instalé para sentar cabeza —no sé si lo habré logrado—, para sembrar raíces, como se dice; para establecer costumbres y arraigos que no tuve en mi infancia y juventud. Pude haber elegido cualquier otra parte, pero me quedé aquí, varado como ballena vieja, cuidando las cosas que he ido acumulando; metido en mi estudio y en mi computadora, que son todo lo que necesito para concentrarme, además de un poco de silencio y de orden.

Mi casa-taller combina lo doméstico y lo profesional; es una coraza que me aísla del mundo. Está organizada por áreas más o menos separadas, pero, sobre todo, subordinadas al trabajo. Debo reconocer que con respecto a mi taller sufro una gran dependencia, pues es el espacio que más ocupo de la casa, donde mejor estoy, donde trabajo todos los días y me ocupo de mis cosas para no sentir que el tiempo se me escapa inútilmente —los que provenimos de familia obrera tenemos muy arraigada la disciplina y el sentido de responsabilidad. A veces, me “pongo en forma” y peloteo sobre un muro de mi estudio, y si es el momento, me aplico al único vicio que tengo: ver por televisión los partidos de mi querido Barça. Tampoco soy de mucha vida social y me cuesta bastante el trato con los demás.

Algunas tardes, cuando termina el día —sobre todo durante los innumerables puentes y períodos vacacionales en que no hay nada que hacer, salvo matar el tiempo (horrible expresión), Esmeralda, mi mujer, y yo, aprovechamos los últimos rayos de sol para caminar sin rumbo, aunque casi siempre terminamos en el mismo punto: sentados en una banca de la plaza principal, mezclados con los lugareños y los turistas en una especie de sopor taciturno, casi animal, bajo un apacible e intensísimo cielo azul en el ocaso.

Aquí soy feliz, la verdad. Lo he sido durante mucho tiempo. Llevo una vida fácil que me permite —entre la tranquilidad y la irritación— mirar hacia delante sin demasiada angustia. Y si bien a momentos me siento atrapado por una realidad demasiado banal, y me gustaría tener otros estímulos más cosmopolitas, aquí quiero seguir, aquí me quedo, a decir lo que pienso, y a esperar el fin de todos los tiempos. A fin de cuentas, estoy satisfecho con mi suerte, logré lo que quería: arraigarme en un lugar de privilegio.


1 de noviembre de 2010

De memoria



De memoria sólo me sé el padrenuestro y el himno nacional, aunque no crea en Dios ni en la Patria.

3 de octubre de 2010

La mejor escuela



Nunca fui un buen estudiante. Por eso y por una urgente necesidad empecé a trabajar desde muy joven. A finales de los años 60 tuve la fortuna de entrar a Ediciones Era, y al poco tiempo —sin apartarme del todo de la editorial— me hice aprendiz en Imprenta Madero. Conjugar ambos empleos, ensanchó, y mucho, mi particular horizonte. Fue la mejor oportunidad que pude encontrar para aprender un oficio y ampliar sensiblemente mis criterios estéticos y morales. Recuerdo lo activo, lo vital y alentador que era trabajar en aquel afamado espacio que compartían la editorial y la imprenta en Iztapalapa. En ese lugar se hacían los mejores libros, revistas, carteles y demás publicaciones culturales del país. Ahí comencé a descubrir la mayoría de mis múltiples vocaciones y aprendí muchas cosas importantes, pero sobre todo, aprendí a trabajar.

Hoy, después de 40 años, aún recuerdo la ejemplar integridad de mi querida amiga Neus Espresate y la silenciosa autoridad de Vicente Rojo. Todavía tengo pesadillas por causa de las conocidas broncas de Pepe Azorín, quien —debo reconocer— me formó profesionalmente y consintió más que a nadie. Pepe nos dejó, a mi madre, a mi hermano y a mí, vivir de gorra en la destartalada casa de la colonia del Valle donde estuvieron los antiguos talleres y oficinas de las dos empresas. En esa casona hice mis pininos “artísticos”, reciclando maculatura (pliegos mal impresos que se desechan por defectuosos), pedazos de maquinaria y demás basura industrial que quedó tirada cuando se mudaron la imprenta y la editorial.

Definitivamente, Era y Madero fueron la mejor escuela, la mejor universidad a la que pude asistir, y reconozco que mi paso por allí me dejó en una posición de privilegio ante la vida. Neus, Pepe y Vicente, más que unos jefes de intimidante capacidad, han sido para mí —como para muchos más— extraordinarios maestros que supieron trasmitir sus conocimientos y su pasión por el trabajo. Tampoco olvido las enseñanzas de Roberto Muñoz, impresor, e Hipólito Galván, encuadernador. Con ellos aprendí, además del oficio, la importancia del trabajo en equipo y el valor de la solidaridad.

En esos años me enganché a la política, como muchos otros jóvenes después del 68. Me volví activista revolucionario y viví casi una década como militante clandestino. Fue una época en la que la impaciencia me asaltaba y sentía que el tiempo me era insuficiente para cumplir con mi trabajo y la militancia. Período agitado y comunista que me llevó, entre otras cosas, a tomar la impulsiva decisión de abandonar la imprenta y dedicarme —sin aptitud ni vocación alguna— a la política y a estudiar Economía. Por supuesto nunca terminé la carrera. También abandoné la política, y pronto regresé a las artes gráficas y al trabajo editorial, ocupaciones que, de una u otra forma, nunca más he vuelto a soltar. Además, desde entonces, me dediqué a pintar, y seguí mi camino.

Hoy recuerdo mi militancia de izquierda con bastante extrañeza y lejanía, sin mayor nostalgia, ni idealización. Hice lo que me tocó hacer en aquél momento; simplemente creo que no tuve elección. Cuando las cosas hay que hacerlas, se hacen y punto. Fueron años de riesgo y sacrificio, de mucho trabajo, de intensidad y romanticismo. Hoy no sé si todo aquello sirvió de algo. Poco a poco, muchas de las convicciones que creía más firmes, empezaron a tambalearse, y algunas, definitivamente, se derrumbaron para siempre. De lo que estoy seguro es de que fui leal con las razones de ese tiempo, y de que la militancia y el trabajo, sobre todo el trabajo, me hicieron mejor persona. Desde entonces no existe para mi mejor forma de estar que trabajando. Me siento bien cuando estoy ocupado y me gusta vivir concentrado, entregado en cuerpo y alma a mis deberes, absorto en cualquier actividad productiva que me descubra en ella y me haga olvidarlo todo.

16 de septiembre de 2010

Amor adolescente



Tendría trece o catorce años cuando, por fin, me atreví a confesarle mi amor a mi vecinita. Esa misma tarde que nos hicimos novios, mi madre —que era una mujer impulsiva— lo primero que dijo regresando a casa, fue, “nos vamos mañana”. Decidí no despedirme de mi enamorada, me pareció cruel y ridículo. Nunca más supe de ella, tampoco supe el motivo del arrebato de mi madre, pero si sé que fue el comienzo de una nueva vida.

2 de septiembre de 2010

Me acuerdo... II



Me acuerdo que antes era muy fácil matar a los mosquitos.


Me acuerdo del sabor de los "Pasteis de Belem", y de caminar hasta el agotamiento por las empedradas calles de Lisboa.

Me acuerdo de una gran explosión, de una enorme bola de fuego cayendo sobre mi cabeza.


Me acuerdo de tenerle mucho miedo a la pobreza.

Me acuerdo de atravesar un largo y oscuro pasillo, y de sentir en la espalda un intenso escalofrío.

Me acuerdo de una agotadora caminata. Fue una noche de luna llena en un bosque michoacano.

Me acuerdo de un pueblo minero abandonado.

Me acuerdo de haber sentido tristeza y júbilo a la vez.


Me acuerdo de una absurda borrachera en el pueblo de Nahuatzen.


Me acuerdo de no querer perder lo que tenía.

2 de agosto de 2010

23 de julio de 2010

Siempre hubo entre nosotros una extraordinaria y amorosa comunicación. Vivimos instantes formidables. Hoy extraño, incluso, nuestros momentos de reproche, de malentendidos, de incomprensión.

8 de julio de 2010

Memoria y mentira



Toda memoria es engañosa. Los recuerdos son maleables, admiten que nuestra imaginación los modifique hasta el punto de confundir los hechos verdaderos. Así, muchas veces, no nos es posible saber si lo recordado fue verdad o fue mentira. La Historia y la memoria individual son —en mayor o menor grado— inventadas, y por tanto, falsas, mentirosas.

26 de junio de 2010

3 de junio de 2010

14 años

Empecé a fumar cuando tenía catorce años y me peinaba de raya a un lado. Hoy ya no fumo, tengo sesenta años y jamás me peino.

4 de mayo de 2010

Desmemoria y olvido

La desmemoria es una forma de despiste donde los recuerdos flotan y vagan distantes por la cabeza. No es lo mismo el olvido, que no tiene solución, y en donde los recuerdos se fugan para siempre.

Fotografía: Espejo de agua, de Esmeralda Torres.

21 de abril de 2010

Memoria y gimnasia



Hacer memoria es como hacer gimnasia; recordar es un buen ejercicio para la salud mental. Sin embargo, a veces, en defensa de esa misma salud, la memoria se detiene voluntaria o involuntariamente y borra aquello que nos duele e impide seguir adelante.

2 de abril de 2010

Pésima memoria



Trabajo con mis recuerdos para recuperar lo que durante tanto tiempo olvidé. Pero, sobre todo, porque sé perfectamente que tengo una pésima memoria.

16 de marzo de 2010

Polvo y viento

Los recuerdos son polvo, y viento la memoria.

En la fotografía, mi madre y mi hermano. Livingston, Guatemala, alrededor de 1955.

4 de marzo de 2010

Tipos de memoria



Definitivamente, mi memoria es más visual que intelectual. Y me pregunto: ¿cuántos tipos de memoria existirán? La memoria puede ser personal, histórica, cultural, literaria, filosófica, política, ética, estética, sensorial (táctil, olfativa, auditiva y musical, o “la memoria del paladar", como decía Luigi Bartolini, autor de la novela El ladrón de bicicletas, famosa por la película de Vittorio de Sica). Creo que cada cosa tiene su propia memoria. Así, bien podríamos hablar de la memoria de todas las cosas; de la memoria de los mares, de la memoria del viento, o de la memoria del Universo, por ejemplo.

24 de febrero de 2010

Ensayos de la memoria

Portada copia
A partir de hoy se puede visitar mi nuevo blog Ensayos de la memoria, donde reproduzco, íntegramente, mi libro-objeto titulado Ensayos de la memoria [Apuntes para el recuerdo]. Los invito a conocerlo.

12 de febrero de 2010

Paraíso perdido

Añorar la felicidad de la infancia es la forma más común de idealizar nuestro pasado y de asumir la nostalgia por un paraíso que, quizá, nunca existió.

En la fotografía, mi hermano Ramiro y yo. Guatemala, alrededor de 1956.

1 de febrero de 2010

El olvido es devastador



Escarbar en la memoria es un acto que tiene que ver con la voluntad y la necesidad de conservar nuestro pequeño mundo íntimo y afectivo, pero, también, con la obligación de preservar nuestro universo colectivo, nuestra Historia. En ambos casos, la reconstrucción es casi siempre subjetiva, y por lo tanto, imprecisa; sin embargo, asumo el acto de recordar, porque sé, perfectamente, que el olvido es catastrófico, devastador.

11 de enero de 2010